Cuando un amigo se va, otro llega.
La batalla habÃa terminado, pero nadie podÃa decir que la paz habÃa vuelto a Carteneau. La luna menor ,y la abominación alada que brotó de su vientre, habÃa devastado las antaño fértiles llanuras, dejando sólo un páramo lleno de cicatrices hasta donde alcanzaba la vista.
“¡Kan-E-sama! ¡Un superviviente!”
Al escuchar la llamada Kan-E-Senna se volvió rápidamente, el repentino grito la despertó de un momento de ensoñación. Se obligó a enfocar los ojos en el interlocutor: un joven Serpiente, con su armadura cubierta de suciedad y sangre, que le hacÃa señas con una mano ensangrentada.
“¡Mi señora! Hay algo atrapado bajo la bestia de acero”.
Haciendo acopio de fuerzas, Kan-E-Senna se unió al joven junto a la asesina magitek caÃda. Desde debajo de los restos, pudo distinguir los gemidos angustiosos de alguien que se aferraba tenuemente a la vida.
Cinco soldados unieron sus fuerzas, levantando lentamente el maltrecho armatoste para liberar a la desafortunada alma atrapada debajo de la magitek. Sin embargo, incluso cuando la pesada masa rodó a un lado, quedó claro que el superviviente no habÃa jurado lealtad a los Twin Adder, ni a ninguna compañÃa de la Alianza de Eorzea.
Ataviado con una armadura del mismo acero impÃo que el monstruo magitek que lo habÃa sepultado, el joven Hyuran se encontró con la mirada de Kan-E-Senna. No era más que un niño que yacÃa allÃ, ensangrentado y maltrecho en este campo de batalla olvidado por los dioses. Nophica ten piedad, no es más que un niño. Obligado a servir en contra de su voluntad, y a dar su vida por una causa que apenas entiende.
“Pero de la orden, mi señora, y el muchacho dejará de sentir dolor”.
“Detente”.
La voz de Kan-E-Senna era suave, pero severa.
“Puede que haya luchado contra nosotros en el campo de batalla, pero la batalla ha terminado. Ahora no es más que un niño herido que necesita los cuidados que nadie más que nosotros puede proporcionarle”.
Pareciera que el soldado estaba a punto de decir algo, pero envainó apresuradamente su espada. Tomando el Claustrum, Kan-E-Senna se adelantó y centró sus pensamientos en el joven herido.
“Oh, guardianes de esta tierra, dejad que el aliento de la vida recorra esta llanura para que repare el cuerpo roto de este niño, y traiga socorro a sus heridas…”
Lo que salió de los labios de Kan-E-Senna como un susurro se elevó hasta resonar en las llanuras. Una suave brisa rompió la inquietante quietud del aire, silbando mientras giraba en torno al lugar donde el chico yacÃa inmóvil. La mueca de tortura en el rostro del joven se aflojó lentamente. Sus ojos se abrieron por un breve momento y luego se cerraron en un sueño tranquilo.
“El chico vivirá. Llévalo a la retaguardia y asegúrate de que reciba descanso y alimento”.
“Como desee, mi señora”.
Después de eso Kan-E-Senna caminó por el campo de batalla, atendiendo a los heridos. Eorzeano, garleano, amigo o enemigo, no importaba. Abriéndose paso entre la carnicerÃa, tejÃa los conjuros que cerraban las heridas y aliviaban la angustia, llevando consuelo a los que sufrÃan. Pero el número de muertos en batalla era demasiado alto.
“Que no hayamos podido detener la séptima calamidad aún con todos estos sacrificios…..”
Kan-E-Senna, que permaneció en Carteneau después de la batalla y estaba a cargo de buscar y rescatar a los supervivientes, continuó preguntándose si su decisión habÃa sido la correcta. ¿Era inevitable aquel sufrimiento y sacrificio? ¿Realmente no habÃa otro camino? No podÃa asegurarlo.
Como lÃder de Gridania, una nación que se encuentra apenas a un tiro de piedra del territorio garleano, fue Kan-E-Senna quien primero se acercó a sus camaradas de Ul’dah y Limsa Lominsa, poniendo en marcha los acontecimientos que llevarÃan a la reforma de la Alianza de Eorzea. Buscadora de la armonÃa en todas las cosas, la Anciana Sembradora nunca deseó llevar a su pueblo a un conflicto sangriento. La serenidad, la pureza, la santidad, las virtudes que tanto apreciaba no se encontraban en los desolados campos de Carteneau. Sin embargo, ¿qué otra opción habÃa? La calamidad profetizada no podÃa ser simplemente ignorada, no si Eorzea querÃa tener alguna esperanza de un mañana pacÃfico. Si habÃa alguna posibilidad de evitarla, ¿no era su deber intentarlo?
Por desgracia, la tarea habÃa resultado imposible para ella. Dalamud habÃa caÃdo, desatando la terrible venganza de Bahamut sobre la tierra, y ahora la Séptima Era Umbral estaba sobre ellos. A pesar de sus esfuerzos, el sueño de esperanza de Eorzea habÃa dado paso a una pesadilla en vida.
Su incertidumbre no se limitaba a los acontecimientos pasados. Al permanecer tanto tiempo en Carteneau, ¿no estaba fallando a su pueblo? ¿No era su lugar con ellos, de vuelta en Gridania? Ellos también estaban sufriendo. En más de una ocasión, resolvió regresar al Bosque de los Doce, para luego reconsiderar su decisión. Sus hermanos y compañeros sembradores, A-Ruhn y Raya-O, se habÃan quedado a vigilar el bosque, al igual que muchos Oyentes hábiles y compasivos. DebÃa confiar en ellos. Los que se sacrificaron en el campo de batalla lo hicieron bajo sus órdenes. Hasta que no haya hecho todo lo que pueda por ellos, mi lugar está aquÃ.
Siguió adelante, sin apenas detenerse a comer o dormir. En los rostros de los hombres y mujeres que salvó de la muerte y el sufrimiento, encontró la fuerza para seguir adelante. El sol salÃa y se ponÃa, y un dÃa se confundÃa con el siguiente. Pero hacia el final de la primera semana, los grupos de búsqueda comenzaron a regresar con las manos vacÃas. Entre los soldados que se habÃan quedado para ayudar en las tareas de socorro, la moral estaba baja. HabÃan visto los cadáveres de demasiados compañeros y sus pensamientos se dirigÃan inevitablemente a los amigos y seres queridos que esperaban su regreso a casa.
“Ya les he pedido bastante. Es la hora.”
Convocando a sus oficiales más veteranos a su tienda, Kan-E dio la tan esperada orden: “Empezad con los preparativos para la retirada. Nos vamos a casa”.
Cuando sus hombres se dispersaron, la Anciana Sembradora salió por última vez a la llanura devastada. Mi trabajo aquà aún no ha terminado. Siempre habÃa estado ahÃ, en un rincón de su mente, pero habÃa estado demasiado absorta en la curación de los heridos como para actuar en consecuencia hasta ahora. Rastreando los jirones de su memoria y las corrientes etéricas del aire, Kan-E-Senna recorrió el campo de batalla. Confiando en su memoria y en el éter residual, vagó por la tierra desolada durante varias horas … y al fin lo encontró.
“Ah… menos mal”.
Las palabras aún estaban en sus labios cuando lo vio. AllÃ, al amparo de un peñasco ennegrecido, descansaban los restos destrozados de un bastón.
Tupsimati.
Kan-E reconoció enseguida el gran bastón. Incluso estando allà en pedazos, su poder era evidente. PodÃa sentir las energÃas etéricas que irradiaban de él con la misma intensidad que el calor del sol.
No sabÃa cómo habÃa sabido que el bastón habÃa sobrevivido a la furia del anciano primal. Allà de pie, casi parecÃa que la mano benévola del Arconte la habÃa guiado. Este pensamiento le sirvió para levantar el ánimo, y se olvidó de sus doloridas piernas. Aunque la gran sabidurÃa de Louisoix se habÃa perdido para siempre en Eorzea, al menos los destinados a continuar su legado tendrÃan su reliquia más preciada.
Al dÃa siguiente, Kan-E volvió a casa, para alivio de sus compatriotas. Gridania no se habÃa librado de la ira de Bahamut, y el regreso de la Anciana Sembradora fue la fuente de consuelo para todos mientras luchaban por recoger los pedazos de sus vidas destrozadas. Son fuertes ante tanta adversidad, pero el camino que tienen por delante no será fácil. Mientras supervisaba la reconstrucción de su hogar, Kan-E-Senna se reunió con dos miembros del CÃrculo del Conocimiento del Maestro Louisoix que se habÃan quedado para prestar su ayuda a Gridania en su momento de necesidad, una hyur llamada Yda y un lalafell llamado Papalymo. Cuando parecÃa el momento adecuado, se acercó a ellos y les dijo:
“Hay algo que me gustarÃa entregaros…”
Kan-E-Senna buscó las palabras adecuadas, pero no las encontró. Extendiendo una caja ornamentada de palisandro con la marca del Gremio de Carpinteros, se limitó a asentir.
“El bastón del viejo Loisoix…”
Kan-E vio que los ojos de la chica se llenaban de lágrimas, y pronto sus hombros empezaron a temblar. Incluso Papalymo, poco dado a los arrebatos emocionales, fue incapaz de contener su dolor. Y asÃ, los tres compartieron un momento de duelo por el Arconte caÃdo.
El Lalafell fue el primero en recomponerse. Aclarándose la garganta, procedió a exponer la reliquia y sus orÃgenes, tanto, sospechaba Kan-E, para distraer como para iluminar. Explicó que Tupsimati estaba hecho de piedra grabada con antiguos conjuros y de un cuerno de hueso atesorado que se habÃa transmitido desde la antigüedad. Tal y como habÃa contado su difunto maestro, el bastón era el faro que convocarÃa a los Doce desde los cielos y provocarÃa la liberación de Eorzea.
“Está hecho pedazos, pero aún asà me alegro de que no haya caÃdo en manos de otros. A excepción del viejo Loisoix no creo que haya nadie capaz de manejar el poder de Tupsimati, me estremece pensar lo que podrÃa haber pasado si hubiera caÃdo en las manos equivocadas…. “ dijo Yda con las lágrimas amenazando por salir de nuevo.
“Gracias Kan-E-sama” concluyó Papalymo. “Con esto en nuestras manos por fin podremos comenzar de nuevo. Hemos decidido crear una nueva organización.”
El erudito Lalafell procedió entonces a explicar que la Senda de los Doce y el CÃrculo del Conocimiento iban a unirse como una sola entidad, una organización que se esforzarÃa por hacer realidad el sueño por el que el Arconte Louisoix dio su vida: la paz en Eorzea.
El reino habÃa perdido a su mayor campeón, y la amenaza que suponÃan los primigenios, el Imperio Garleano y quién sabÃa qué más, aún se cernÃa sobre el horizonte. Y sin embargo, pensó Kan-E mientras miraba a los ojos de los dos sharlayanos, con almas valientes como éstas para defenderla, todavÃa hay esperanza para Eorzea.
“Sean cuales sean los males a los que nos enfrentemos en los dÃas y años venideros, sabed que Gridania siempre estará con vosotros”.
* * *
Cinco años después de aquel fatÃdico dÃa, las heridas dejadas por la Calamidad habÃan empezado a cicatrizar en el Bosque de los Doce y en el reino en general. En los raros momentos en que se le concedÃa un respiro de sus obligaciones, Kan-E-Senna solÃa reflexionar sobre el camino que habÃa tomado. ¿EstarÃan orgullosos los que murieron en la batalla de Cartenau y el anciano Louisoix de la vida que llevaban?
“Anciana Sembradora: el Consejo requiere su presencia”.
Kan-E se dio la vuelta y, ante ella, se encontraba un joven hyur con una armadura de cuero del más puro color blanco, uno de los Guardianes de la Serpiente Entrelazada, la guardia de honor personal de la Anciana Sembradora, creada tras la Calamidad. El joven que una vez habÃa yacido bajo la pesada armadura magitek, habÃa crecido y era ahora uno de los escoltas de Kan-E-Senna, quien le habÃa salvado la vida.
“Será mejor ponernos en marcha al Puesto de Loto pues”.
Hay pocas heridas que el tiempo no pueda curar. Incluso aquellos que una vez fueron enemigos en el campo de batalla, a través del esfuerzo y la comprensión, pueden un dÃa encontrarse hombro con hombro, el más robusto de los aliados.
Ofreciendo una oración silenciosa al arconte Louisoix y a los amigos que habÃa perdido, Kan-E dirigió sus pensamientos a los amigos que ahora estaban a su lado, y a los compatriotas que acudÃan a ella en busca de sabidurÃa y socorro. El verdadero renacimiento de este reino no ha hecho más que empezar.
Mientras la cálida luz del sol se colaba entre las hojas y caÃa sobre el camino que tenÃa ante sÃ, Kan-E-Senna avanzó con decisión. Los mayores desafÃos aún están por delante, pero nos levantaremos para enfrentarnos a ellos, juntos, como uno solo.
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