Relatos bajo el Sol Dorado: Un pétalo y un Juramento

 


Bajo la bóveda de ramas que cubría el cielo y bloqueaba la luz del sol, en el Bosque Central de Ja Tiika, el gigante bicéfalo Bakool Ja Ja cumplía con su deber: custodiar la entrada de la caverna Gok Draak, que conducía al “Cenote del Profundo Cielo”. Lo hacía como miembro de la Legión del Alba de Tural, cumpliendo su deber.

Durante el “Rito de Sucesión” para elegir al próximo rey de Tural, había cometido varios errores.
El más grave de todos: romper el sello de Valigarmanda, temido como una “catástrofe viviente”, sumiendo en el terror a toda Urqopacha. Aquello era un crimen imperdonable, que en justicia debería haber pagado con la vida.

Y sin embargo, Wuk Lamat, que ascendió al trono como Rey Guerrero, halló motivos de clemencia en sus orígenes. Nacido con dos cabezas tras el sacrificio de incontables recién nacidos, cargaba desde el nacimiento con un pecado demasiado pesado. Por ello, antes de dictar sentencia, Wuk Lamat le ordenó ingresar en la legión, con la condición de demostrar con su servicio y resultados si merecía o no una reducción de condena. El propio Bakool Ja Ja ansiaba esa oportunidad de redención más que nada.

Aun así, sabía que limitarse a permanecer en silencio ante la entrada de la caverna no bastaba para saldar sus deudas. El peso de sus errores, grabado en su propia carne, le recordaba que debía compensarlo con una entrega mayor. Fue por eso que, durante el ataque reciente a Tural, había luchado contra soldados mecánicos desconocidos para proteger a los ciudadanos.

—Gracias, Bakool Ja Ja.

Las palabras que le dirigió aquel a quien había salvado en el último instante, un sonido extraño desconocido para sus oídos, encendieron un fuego silencioso en lo más hondo de su pecho. Por primera vez en su vida, sintió que alguien reconocía su existencia. En ese momento lo comprendió: ese poder, el talento marcial que había heredado al nacer con dos cabezas, debía usarse para salvar a otros. Ese era el nuevo camino que debía elegir, tras haber acumulado tantos pecados en el pasado.

Mientras evocaba esos recuerdos, la guardia de aquel día terminó sin incidentes. Al día siguiente le tocaba descanso.
A primera hora de la mañana, Bakool Ja Ja partió del Bosque Central de Ja Tiika y, tras recorrer un agreste sendero pedregoso, llegó a Urqopacha al mediodía. El cielo estaba despejado, pero los vientos gélidos de la alta montaña se colaban implacables por entre sus escamas. Incluso él, acostumbrado a vivir en la penumbra sin sol del bosque, no pudo evitar encogerse de frío.

Frente a sus ojos se alzaba el poblado de los Pelupelu, Wachunpelo. Más allá de su puerta semicircular de piedra se alineaban las casas pequeñas, adecuadas para la estatura menuda de sus habitantes. El propósito de Bakool Ja Ja en esa aldea era uno solo: ayudar, aunque fuese poco, en la vida diaria de la gente a la que había causado problemas en el pasado.

En la entrada del poblado vio a dos Pelupelu conversando. Alzando la mano derecha, llamó su atención:

—¡Eh! ¿Tenéis algún problema que necesitéis resolver?

Al verle, los Pelupelu se quedaron helados. Antes de procesar sus palabras, lo habían reconocido como el mismo que rompió el sello de Valigarmanda, y el instinto de alarma se disparó. Aunque oían su voz, no parecían captar el significado. Aquel día en que el sello fue roto, los Pelupelu se vieron obligados a huir de repente. Apenas recibieron la advertencia, abandonaron sus hogares con lo puesto. Por fortuna, Valigarmanda fue derrotado antes de causar mayores daños, pero el miedo a perder su aldea natal había quedado grabado en ellos.

Uno de los Pelupelu susurró algo a su compañero y, sin más, se apresuró hacia el interior del poblado, probablemente para buscar al jefe de la aldea.

El otro, sin poder ocultar el miedo, permaneció quieto, observando cada movimiento de Bakool Ja Ja. Sus manos cruzadas sobre el pecho no mostraban hostilidad ni intención de intimidar; únicamente dejaban entrever una tensión silenciosa y una cautela evidente.

—No me extraña que estén a la defensiva… —murmuró la cabeza del hermano mayor.

La otra cabeza, la del hermano menor, habló con un tono alentador:

—Es lo que hay, hermano. Si derrotamos a alguna bestia que esté molestando a la gente, puede que se alegren un poco, ¿no?

La cabeza mayor asintió apenas y, con voz grave pero cargada de determinación, respondió:

—Vale, ¡hagámoslo!

No pasó mucho antes de que Tobli, el jefe de la aldea, apareciera acompañado por el Pelupelu que lo había guiado. Bakool Ja Ja inclinó ligeramente la cabeza y habló:

—Lo de Valigarmanda… fue culpa mía. No espero que me lo perdonéis así sin más, pero si puedo seros de ayuda en algo, haré lo que sea.

Tobli contuvo ligeramente el aliento. Era imposible ocultar la sorpresa ante aquel rudo guerrero inclinando la cabeza para ofrecer su ayuda. Sin embargo, pronto esbozó una sonrisa tranquila y, con voz apacible, respondió:

—Vaya, eso sí que es un gesto admirable. Justo tenemos un trabajo importante de “caza” que solo tú puedes hacer, sí.

—¿De veras? ¡Sea lo que sea, me haré cargo!

Ambas cabezas se inclinaron al unísono hacia adelante, con tal ímpetu que los Pelupelu cercanos dieron un paso atrás, sorprendidos.

Horas más tarde… Bakool Ja Ja “cazaba”… o más bien, “esquilaba”. Con las tijeras que empuñaban sus dos manos, cortaba ágilmente suaves mechones de lana. Frente a él, un grupo de alpacas mullidas. Mientras les hablaba con suavidad para no asustarlas, continuaba esquilando su lana con paciencia.


—Muy bien, muy bien, buena chica. No te muevas… ¡Eh! ¡Que no te muevas! ¡Que si no voy a acabar cortándote hasta la carne!

Con cuidado de que las hojas de las tijeras no se clavaran, iba esquilando la lana con destreza y rapidez a la vez.
La lana de estas alpacas se enviaba principalmente a Tural, donde se utilizaba como materia prima para ropa y alfombras.
No tenía nada que ver con la “caza” que había imaginado, pero después de haberse ofrecido él mismo, no podía echarse atrás.
Cuando quiso darse cuenta, ya había acumulado lana suficiente para llenar cinco carros.

En ese momento se acercó Tobli. Al ver a Bakool Ja Ja lidiando con las alpacas y la montaña de lana a sus pies, sonrió con serenidad.

—Vaya, ¿tanto ya? Como era de esperar de los hermanos bendecidos, vuestra resistencia está fuera de lo común, sí.

Bakool Ja Ja frunció el ceño y se giró con un gesto molesto.

—¡Oye! ¿Y esto en qué narices tiene de “trabajo importante que solo yo podía hacer”?

—Verás, el muchacho que solía encargarse de esquilarlas se lesionó y tuvo que dejarlo.
Se precipitó cuesta abajo al volver de prisa desde los Ecos de Worlar, después de entregar lana de alpaca… Fue justo cuando se rompió el sello de Valigarmanda.
Quería avisar a todos del peligro, sí.

Bakool Ja Ja se quedó sin palabras. Permaneció un rato callado, tijeras en mano. Finalmente murmuró con voz ronca:

—¿Cuántas alpacas quedan?

—Unas treinta más, sí.

Al oírlo, no dijo nada más. Simplemente volvió a mover las tijeras. Sin quejarse, en silencio, continuó esquilando, concentrado en no dañar a aquellas criaturas inocentes.

El sonido del viento y el roce de la lana acabaron por llenar su mundo.
Cuando terminó con la última alpaca, con restos de lana aún pegados a sus escamas, dejó las tijeras a un lado.
Tobli se acercó para felicitarle, pero contuvo las palabras. En la espalda de aquel bruto de antaño veía ahora, junto al cansancio, una calma que nunca había mostrado. Bastó con regalarle una sonrisa silenciosa.

Nada más acabar la esquila, Bakool Ja Ja tomó el camino de montaña hacia cotas más altas.
Su destino era el poblado de los Yok Huy, en los Ecos de Worlar. Allí, en la alta montaña, vivían en casas de piedra acordes a su corpulencia, cultivando campos de popotos y otros productos.

Como había hecho en Wachunpelo, saludó al primer Yok Huy que encontró:

—¡Eh! ¿Hay algo en lo que necesitéis ayuda? Si puedo echar una mano, contad conmigo…

Pero el otro apartó la mirada y se marchó a paso rápido, sin mediar palabra. Un rechazo rotundo. No hizo falta decirlo: su actitud lo decía todo.
Bakool Ja Ja lo aceptó sin sorpresa. Al fin y al cabo, había sido él quien había puesto en peligro al pueblo al romper el sello de Valigarmanda.

Aun así… si alguien necesitaba ayuda, debía de haber algo que él pudiera hacer. No se rindió y continuó buscando a otros Yok Huy. La mayoría lo ignoró. Los pocos que respondieron lo hicieron solo para rechazarle.
Hasta que, por fin, alguien decidió pedirle algo:

—Mi hijo salió por la mañana y aún no ha vuelto. Puede que haya ido a “La Prueba del Silencio”, donde están nuestras tumbas. Su padre acaba de morir, y estaba triste…

—Déjamelo a mí. ¡Lo encontraré seguro!

Golpeándose el pecho para infundir confianza, Bakool Ja Ja dejó el poblado y tomó el sendero de montaña.
A medida que avanzaba, el suelo estaba cubierto de escarcha y resbalaba. El viento levantaba la nieve y le cerraba la vista.
Cuando llegó a la Prueba del Silencio, solo pudo distinguir lápidas, sin nadie alrededor.
Se adentró un poco más y finalmente vio una pequeña figura encogida junto a una lápida gris: un niño Yok Huy.
El chaval le miró con miedo al ver de golpe a un gigante bicéfalo.

—Lo siento, no quería asustarte. Tu madre me pidió que viniera a buscarte.

El niño negó con la cabeza.

—No puedo volver… Está aquí cerca… ¡y si te ve a ti, con dos cabezas…! ¡Escóndete rápido!

Antes de comprender la advertencia, sintió un escalofrío mortal a su espalda.
Bakool Ja Ja reaccionó al instante: cogió al niño, se agachó y lo cubrió con su cuerpo.
De inmediato, un dolor abrasador le atravesó la espalda.

—¡Gghh…!

Al girarse, una sombra enorme y negra pasó ante sus ojos. Sonaban alas, brillaban aguijones envenenados.
Era la reina tarántula-halcón, la Queen Hawk. Un monstruo de rango alto, de los que normalmente solo se enfrentan en grupo.

—Corre. Yo me encargo de esto.

Dejó al chico en el suelo y lo empujó hacia un lado.

—Vale… ¡Hermano de dos cabezas, no mueras!

El niño asintió con dudas, pero al final echó a correr cuesta abajo con todas sus fuerzas.
Bakool Ja Ja lo vio alejarse y soltó un gruñido entre dientes:

—Je je je je… ¿“no mueras”? ¿A quién crees que se lo dices? ¡Nosotros somos los hermanos bendecidos…!

Pero se calló a mitad de frase. Ya no necesitaba demostrar que era superior, ni enorgullecerse de sus dos cabezas.
Ahora su fuerza no era para presumir, sino para proteger. Tomó aire hondo y rugió contra el viento:

—¡Yo soy Bakool Ja Ja, Guardián del Bosque de Yak T’el y miembro de la Legión del Alba de Tural!

Con ese grito se lanzó contra la Queen Hawk.
Su espada derecha cayó en diagonal, pero la hoja rebotó contra el caparazón duro.

—¿Entonces… qué tal esto?

Alzó el bastón con la izquierda y la otra cabeza comenzó a conjurar. Una bola de fuego surgió en la punta, creció tragando aire y salió disparada. La explosión levantó tierra y sacudió el aire.
Pero la bestia seguía en pie; el caparazón chamuscado aún relucía con fiereza.

—¡Perfecto…! ¡Vamos a rematarte!

La Queen Hawk arqueó el abdomen y disparó una lluvia de aguijones venenosos.
Bakool Ja Ja se giró de golpe para esquivarlos, pero varios se clavaron en su pierna izquierda.

—Tch… ¡Esto no me va a parar!

No sabía cuánto llevaba luchando. La reina era resistente y feroz.
Aun así, con golpes de espada y bolas de fuego fue agrietando la coraza. Solo faltaba un impacto más.
Pero el veneno lo estaba consumiendo a él también. Tenía entumecidas las extremidades y los mareos le impedían apuntar bien.
Por fuerte que fuera el hechizo, de nada servía si no daba en el blanco.

—Esto pinta mal… ¿y si lanzo una al azar, a ver si acierto…?

En ese momento, una voz cortó el aire:

—¡A la izquierda! ¡Te ataca desde la izquierda!

La voz del niño.
Bakool Ja Ja reaccionó al instante, apuntó a la izquierda y lanzó el fuego.
El estruendo llenó la montaña y luego vino el silencio.
El zumbido maldito había cesado. La Queen Hawk no era más que cenizas.

El bicéfalo cayó de rodillas, debilitado por el veneno. El niño corrió hacia él con una vasija:

—¡Toma, decocción de hierbas! ¡Bébela rápido!

El líquido era amargo y áspero, pero enseguida le devolvió calor al cuerpo y le calmó el entumecimiento.
Cuando recuperó la claridad en la vista, descubrió que estaban rodeados de Yok Huy. El chico debió de pedir ayuda en el poblado y habían venido.

Bakool Ja Ja, sin saber qué decir, se quedó mudo de sorpresa. El chaval, en cambio, le tendió con timidez una pequeña flor rosada.

—Gracias, hermanos bendecidos. Esto es para ti.

Bakool Ja Ja la recogió con la pezuña y sonrió suavemente.

Al día siguiente, completamente repuesto gracias a la decocción de hierbas, Bakool Ja Ja había vuelto a ocupar su puesto en la guardia de la caverna Gok Draak.

El viento que se colaba entre las copas apenas movía las ramas, produciendo un leve murmullo.

En su cinturón de cuero, una pequeña flor de color rosa pálido estaba discretamente prendida.

«Gracias, hermanos bendecidos».

Esas palabras regresaban a él una y otra vez, mezcladas con el rumor del bosque azul. Por más actos de expiación que acumulase, no podía borrar su propio pecado.
Aun así, no importaba: mientras viviera, había jurado emplear ese poder para ayudar a los demás.

 

Como siempre, traducción hecha desde el Japonés. 

 

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